28 may 2010

Miércoles de lectura en El Ahuacate (2)

El 19 de mayo Rita Cisneros, Olga Martínez y Horasio Chavarín, mediadores del Programa Nacional Salas de Lectura (PNSL), fieles a su promesa de reunirse cada viernes en la plaza principal de la localidad de El Ahuacate, municipio de Tepic, Nayarit, continuaron con sus labores de fomento a la lectura en el kiosco de la comunidad mencionada.

Intalación de la Sala de Lectura en El Ahuacate.

La gente de los alrededores de la plaza
se interesó por las lecturas.

En esta ocasión, a su llegada a la plaza había personas esperándolos, algunos sabían que iban a compartir lecturas con cualquiera que las aceptara, otros los confundieron con vendedores de libros, y a ellos les aclararon cuál era la función que desempeñaban.

Niños leyendo.

Lo destacable de la tarde fue que había un gran número de personas que al ser invitadas a leer o a dejar que se les leyera algo, aceptaron gustosos, e incluso hubo quienes, agobiados por no haber terminado su lectura, se atrevieron a preguntar si podían llevarse el libro a sus hogares.

Otra perspectiva de la Sala de Lectura
instalada en El Ahuacate.

Se les explicó que sí, dejaron sus datos y tomaron los libros que querían, con la promesa de devolverlos en cuanto los terminaran.

Más personas contagiadas
por el gusto por la lectura.

Ese día, después de múltiples intentos, lograron convencer al señor Guadalupe González Ramírez, de 79 años de edad y originario de Los Altos, Jalisco, a que se les uniera en sus labores de lectura.

Historias de piratas.

Él se había negado en varias ocasiones con la excusa de que no sabe leer, pero los mediadores le explicaron que eso no era impedimento para unírseles, que otra forma de lectura es la narración, y esto es lo que, en palabras de Horasio Chavarín, les contó:

“Comenta que de chicos se reunían, él y sus amigos, en una hacienda de su pueblo que ya estaba abandonada; que ese era el punto de encuentro para sus vivencias y juegos infantiles. Les servía de juguete un bote de aquellos de lámina que servían para almacenar y transportar manteca, lo obtuvieron del interior de la misma hacienda y no podían estimar su peso, ya que entre todos únicamente lo rodaban sin llegar a levantarlo. Uno de esos días una persona mayor cuyo nombre no recuerda, para sorpresa de todos, lo abrió y encontró en su interior monedas antiguas que se presume eran centenarios de oro, de esa persona no volvió a saber nada. Como sus huídas a ese lugar eran secretas, a sus padres nunca les decían nada por miedo de que los reprendieran o castigaran. Dice que como para ellos todo era un juego debido a la edad en que se encontraban, ese tesoro no les tocaba.”
Y quienes estaban más lejos de la plaza,
también leían.

Al terminar su narración, se despidió, no sin antes invitar a que vuelvan el siguiente miércoles.

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